Alhué y Mailén, dos ejemplares de cóndor andino, nacieron en cautiverio en un centro de rehabilitación cerca de Santiago. La esperanza es que puedan ser liberados y procreen en la cordillera para aumentar la población del ave voladora más grande del mundo.
Sus padres son dos parejas de cóndores que viven hace años en el Centro de Rehabilitación de Aves Rapaces (CRAR) de la Unión de Ornitólogos de Chile, ubicado en la localidad de Talagante (40km de Santiago. Una instalación para aves que no pueden vivir en libertad porque no pueden volar o porque están acostumbrados a la presencia cercana del ser humano.
«La apuesta de esto es introducir cóndores a la naturaleza a partir de cóndores que no son liberables, que están aquí de por vida», explica Eduardo Pavez, fundador del CRAR.
La esperanza de los responsables de este centro es que, en algún momento, Alhué, un macho, y Mailén, una hembra, rompan el destino de sus padres y sean liberados.
Los polluelos aún tienen movimientos torpes, inseguros y llevan un plumón grisáceo, propio de los polluelos de cóndor con pocas semanas de vida.
Según la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el cóndor es calificado como una especie vulnerable y estima que 6.700 ejemplares viven en libertad.
Venerado y amenazado
El cóndor, venerado por pueblos originarios e incluido en los escudos nacionales de Colombia, Ecuador, Bolivia y Chile, está virtualmente extinto en Venezuela, mientras que las mayores poblaciones se pueden observar en el sur de Argentina y Chile.
Su mayor amenaza es el uso de los suelos, la ocupación humana de la cordillera y, sobre todo, la falta de alimento.
En el CRAR, fundado en 1990, se reciben todo tipo de aves rapaces -búhos, halcones y cóndores- heridas, accidentadas o mantenidas en cautividad. El fin principal es rehabilitarlas y devolverlas a su medio natural. Pero muchas están imposibilitadas.
Por ejemplo, la mamá de Alhué chocó en 1997 con una línea de transmisión eléctrica al norte de Santiago. Las secuelas que le dejaron esas heridas le impiden volar. La madre de Mailén, en cambio, fue traída en 2006 al CRAR desde Aysén, una de las regiones más australes de Chile, cuando tenía alrededor de un año de vida. Pero se acostumbró a la presencia del ser humano, por lo que no puede ser liberada.
En estos años, por el CRAR han pasado 25 polluelos de cóndor nacidos en cautiverio. Cuatro fallecieron en el centro, mientras 13 ya fueron liberados, cuatro próximamente lo harán próximamente y otros cuatro se quedarán en el centro «por no poder volar o por estar acostumbrados al ser humano».
Un esfuerzo mancomunado en el que participan voluntarios, la Unión de Ornitólogos de Chile (Unorch), la Fundación Meri, el Zoológico Nacional de Chile y Rewilding Chile (ex Tompkins Conservation Chile).
Crianza y educación
Dentro de seis a nueve meses, cuando Alhué y Mailén ya estén desarrollados, dejarán de estar en la misma jaula con sus padres.
Con eso los progenitores podrán volver a poner un nuevo huevo un año después del anterior (en la naturaleza eso ocurre cada dos o tres años) y los polluelos, ya convertidos en juveniles y cubiertos con un plumaje marrón, comenzarán su aprendizaje de sociabilización con otros ejemplares.
Serán llevados hasta una amplia jaula donde actualmente se pueden ver adultos no liberables conviviendo con juveniles candidatos a la vida silvestre. Allí vuelan de un lado a otro y aprenden a comunicarse con otros congéneres.
«Aquí se establece una jerarquía donde los machos adultos son los dominantes. Esa jerarquía ellos tienen que aprenderla, a veces a fuerza de picotazos, a ubicarse en su lugar en la sociedad de cóndores», explica Pavez.
Una educación necesaria para que cuando Mailén y Alhué sean llevados a la cordillera, posiblemente en la primavera austral de 2024, sepan generar vínculos con otros cóndores silvestres experimentados quienes les mostraran el territorio, los lugares donde alimentarse y la vida en libertad.